El Devoto PENITENTE DE LA MINA


Cuentan las viejas trianeras que allá por los años sesenta un joven quiso hacer penitencia en uno de los pasos más largos de la Semana Santa sevillana. Desconocedor de tan triste y ardua taréa comenzó a sentirse fatigado. Tenía los pies en carne viva, el hombro dolorido de mover el cirio para quemarle las manos a los niños que le pedían cera con una bola de papel de alumino, la sed y el calor lo horneaban debajo de la túnica, y un hambre voraz lo traía por la calle de la amargura. Todos los nazarenos recibían visitas de algún familiar que le daba agua y algo de comer por debajo del cubrerostros. Estaba anocheciendo y una anciana se le acercó para ofrecerle el mayor tesoro que se le podía ofrecer en ese momento, un bocadillo de mina, (lo que viene a ser mortadela genéricamente hablando), el joven dispuesto a acabar con su fatiga de un zampazo entró en La Campana, en la Carrera Oficial... y uno de los Hermanos Mayores le dijo: "Eh! ese bocata te lo guardas". Cinco minutos después caía muerto victima de su propia y fatigosa penitencia. Desde ese día y bajo uno de los miles de capirotes que procesinalmente llenan las calles de Sevilla, está el nazareno fantasma que podrás reconocer por su hediondo bocata de mortadela. El Devoto PENITENTE DE LA MINA

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